El amor nace de un corazón que, como el de los pastores de Belén, vive asombrándose.
Vivir asombrándose es entender que todo hecho guarda una buena noticia.
Es ponderar el minucioso trabajo de Dios como el de un artista.
Es preguntarse porqué de lo más insignificante se ocupa Aquél que está arriba.
Es renovar nuestras gafas, cuando para las cosas pequeñas se va perdiendo la vista.
Vivir asombrándose es ponerse con paciencia a distinguir el entramado de la vida.
Es agradecer el tesoro que guarda nuestra arcilla.
Vivir asombrándose es ponerse con paciencia a distinguir el entramado de la vida.
Es agradecer el tesoro que guarda nuestra arcilla.
Vivir asombrándose es comprender que del todo sólo conocemos una pequeña parte.
Es descubrir que el árbol que ahora vemos ya se escondía en la semilla.
Vivir asombrándose es comprender que en las cosas de Dios no existen las medianías.
Los pastores de Belén quedaron asombrados por la noticia, pero no se detuvieron en su asombro, sino que recogiendo sus rebaños y sus cosas, se pusieron inmediatamente en camino para ver al recién nacido...
Igual que ellos, en esta Navidad te invito a que entres en ti mismo para preguntarte:
¿Cómo entro en acción y me encamino
hacia todo el que hoy me necesita?
¿Cómo tengo que renovar mi asombro
para que este Niño Dios renueve mi esperanza cada día?
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